La municipalidad de Tare organizó una exposición con tema libre para todos los artistas de la zona que quisieran participar. La inscripción era gratuita y había sólo cuatro condiciones: 1.- Que lo expuesto no representara nada ilegal 2.- Que la obra elegida fuera apta para todo público 3.- Que no tuviera ningún contenido que pudiera resultar ofensivo y 4.- Sólo se podía exponer una obra por artista.
El último de los cuatro puntos era lo que más preocupaba a la mayoría. Era muy difícil elegir una sola. Muchos sentían como si les dieran a elegir entre sus hijos, qué duro. Sin embargo, la participación fue masiva y mayor de la esperada. Cada uno eligió con un criterio y motivación diferente. Hubieron quienes simplemente eligieron su última obra, porque entendían que con el tiempo habían ido madurando como artistas y que la más reciente mostraba hasta donde habían llegado por el momento. Otros pusieron frente a sus ojos todas las obras que consideraban mejores técnicamente y eligieron aquella que les parecía que más lograba trasmitir. No faltaron indecisos que dejaron la elección en manos de familiares y amigos, soberbios que hicieron tatetí porque consideraban todas sus obras perfectas y aquellos que tuvieron en cuenta cuál de sus obras había sido más comentada y apreciada por quienes los habían visitado alguna vez.
Se presentaron dibujos, cuadros, esculturas, fotografías y tapices. Entre todo lo expuesto, que era realmente mucho, había un cuadro al óleo que destacaba sobre todo lo demás. Los críticos de arte más reacios a elogiar tuvieron que hacerlo en ese caso, llegaron a decir que era el cuadro más perfecto que habían visto nunca. Todos, visitantes y artistas lo comentaban de manera positiva y en el libro de visita, la mayoría había hecho referencia a que había sido la mejor de todas las obras. La prensa de la ciudad, presente en la inauguración, lo destacó especialmente. Quienes lo veían, se quedaban un rato largo mirándolo y no podía reprimir las lágrimas de emoción que el cuadro les generaba.
El óleo estaba firmado con un seudónimo y nadie sabía a quién pertenecía. Había sido llevado a los organizadores a través de mensajería y debidamente envuelto y protegido. Muchos llegaron de esa manera, eso dificultaba la averiguación de la identidad de su autor. Teniendo en cuenta la perfección del cuadro, nadie entendía por qué su autor se escondía y no revelaba su identidad. Aristarco, así era su seudónimo, tenía miedo de darse a conocer. Básicamente temía dos cosas, una pregunta: ¿Qué criterio siguió para elegir esa obra para la exposición?; y una propuesta: estaríamos interesados en realizar una exposición con los cuadros suyos que usted considere mejores.
La razón por la que ambas situaciones le inquietaban estaban íntimamente relacionadas entre sí, ese era el único cuadro que había pintado en toda su vida. Jamás había sentido inclinación a ninguna rama del arte. Nunca había dibujado, cantado, actuado ni fotografiado nada. En una ocasión se lo planteó con angustia a su mejor amigo. Todo el mundo necesita un modo de expresión para poder volcar todo lo que guarda su alma, pero él no tenía ninguno y se sentía como una olla a presión. Su amigo no sabía cómo ayudarlo, pero sentía la necesidad de hacerlo y se fue cavilando mucho sobre eso.
Pocos días después de aquella charla, fue el cumpleaños de Aristarco. Estaba deprimido pues no encontraba la solución a lo que el consideraba un problema muy serio. Sus oscuros pensamientos fueron interrumpidos por el timbre. En la puerta, tapado por una enorme caja envuelta para regalo, estaba su mejor amigo. Luego de decirle sinceramente que el mejor regalo era su amistad y que no tendría que haberse molestado, abrió con curiosidad la caja. Se quedó inmóvil de la sorpresa cuando en su interior descubrió un bastidor, un caballete, pinceles, óleos de varios colores, disolvente, lápices, una paleta, un delantal y un libro que se titulaba: USTED TAMBIÉN PUEDE PINTAR AL ÓLEO. Cuando pudo cerrar la boca y articular alguna balbuceante palabra, su amigo le dijo: con intentarlo no perdés nada, es mejor que seguir planteándose qué hacer.
Durante varios días después de recibir aquel regalo, se dedicó a leer con interés creciente el libro. Tenía algunos consejos básico para empezar sobre color, composición y elementos necesarios. Cuando lo terminó, colocó el bastidor sobre el caballete, preparó los pinceles, la paleta, los colores y se quedó mirando la tela vacía, no sabía qué pintar. Nunca antes había puesto en juego su imaginación, quizá necesitaría otro libro para eso. Decidió cerrar los ojos, relajarse y dejar que las imágenes llegaran solas. La primera que apareciera sería la que pintaría. Su primer cuadro, reflejaría su primer fantasía. Y así fue. Cuando abrió los ojos ya sabía qué pintar y empezó a hacerlo casi febrilmente. De tal manera, que poco tuvo en cuenta los consejos técnicos contenidos en el libro. La realización de la obra, a ese ritmo, le llevo sólo dos días.
Cuando terminó el cuadro, sintió que se había vaciado, que ya no podría pintar nada más, toda su alma había sido manifestada en él. Le pareció justo llamar a su amigo para que lo viera. Cuando llegó y se puso frente a la obra, se quedó tan helado como se había quedado Aristarco al recibir el regalo, no podía creer que ese fuera el primero, sentía que había sido engañado, pero pronto el artista le explicó y convenció de la verdad. Fue entonces que él mismo lo impulsó a presentarlo en la exposición.
Luego de la apertura de la muestra, mezclado entre los presentes, Aristarco se fue pensando que quizá debía volver a intentarlo. Pero cuando alguien vacía su alma, no queda nada por mostrar. Sentía que no volvería a poder lograrlo nunca más. Trató de llenarse de sensaciones, sabores, aromas y nuevas experiencias. Buscó conocer gente nueva y asistió a cursos de los más diversos temas. Leyó más e intentó llenarse de conocimientos y mantenerse al día con las noticias. Pasaron varios años hasta que se sintió preparado para volver a probar. Lo hizo de la misma manera y presentó el resultado en una nueva exposición de su ciudad. Aunque la obra resultante era muy buena y una vez más logró la admiración de todos, quienes se paraban a mirarla y habían visto el cuadro anterior, no dejaban de mencionarlo y recordarlo. La nueva obra, que había llevado más tiempo y años de enriquecimiento del alma, había quedado opacada por su antecesora.

Sala de exposiciones de Nahariya.
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