Esta noche comienza Pesaj, la fiesta en la que recordamos la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud a la que habían sido sometidos por los egipcios. Cada año, alrededor de la mesa, repetimos que es algo que debe contarse a todas las generaciones. No sólo para recordar que Elohim nos dio la libertad, si no porque debemos recordar que fuimos esclavos, para que nosotros no caigamos en ser quienes esclavicemos. Si bien hablamos en estas fiestas de libertad, es un término que acuñamos como antónimo de esclavitud. Pero como la libertad es un valor en si mismo, solemos aprovechar para hablar de libertad con otras extensiones y para recordar que hay muchas cosas a las que aún somos esclavos y de las que debemos pugnar por liberarnos. Así que no me voy a quedar atrás, me voy a aprovechar que hoy festejamos la libertad, para hablar de ella, pero en otro sentido.
Seamos sinceros con nosotros mismos, la verdad es que muchas veces usamos la libertad como excusa para hacer lo que se nos da la gana sin pensar en el daño que a veces podemos ocasionar a otros, aunque más no sea una molestia o fastidio. Como inmigrantes es normal que, sobre todo al principio, nos cueste mucho adaptarnos y entender que estamos en un lugar con otra cultura. Nos comparamos, creemos que la nuestra es mejor y consideramos que la forma que tenemos de ver la vida es la correcta y los ciudadanos de ese país están equivocados. Tiene más que ver con el dolor del desarraigo que con la soberbia. Nos gustaría que el país entero se adapte a nosotros en vez de al revés. Pretendemos seguir con todas nuestras costumbres, aunque algunas de ellas puedan estar enfrentadas con las del país que elegimos para continuar con nuestra vida. Alegamos como argumento que somos libres de vivir como queramos y es justamente ahí donde la libertad se vuelve una excusa. Veamos un ejemplo simple: supongamos que reciben por primera vez una visita en su casa. Antes de que llegara dejaron la casa limpia y ordenada y hasta le pasaron cera a los muebles. El invitado llega, ustedes lo invitan a sentarse en el salón y él, conforme a sus propias costumbres, se recuesta en el sofá y pone los pies en la mesita ratona. Tenemos varias reacciones posibles, algunas son:
*Pedirle amablemente que baje los pies y explicarle los motivos.
*Decirle secamente que baje los pies sin mayores explicaciones.
*Hacer un escándalo diciéndole que es un desubicado y echarlo de la casa.
*Buscar que otros te apoyen en su contra, decirle que se vaya y que tiene la entrada prohibida en el futuro.
El invitado también tiene varias reacciones posibles ante cada una de las posibilidades mencionadas:
*Puede aducir que está acostumbrado a sentarse así, que no tiene nada de malo y que los desubicados son los demás por hacerlo sentir incómodo diciéndole que baje los pies.
*Podría excusarse en la libertad que tiene cada uno de sentarse como se le de la gana y que no tiene por qué sentarse como a otros se les ocurra.
*A lo mejor se disculpa, reconoce que actuó incorrectamente y promete no volverlo hacer.
*Podría levantarse ofendido e irse para no volver, hablando luego mal a todo el mundo de sus anfitriones por ser gente que coarta la libertad de los demás.
No creo que a ninguno de nosotros nos gustaría recibir en nuestra casa a alguien que intenta imponer sus costumbres y que con la excusa de la libertad se comporta de forma que nos resulta mínimamente desagradable. Cuando llegamos a otro país llegamos a otra casa y nosotros sabemos antes de llegar que vamos a un país diferente, incluso a veces con otro idioma o modismos. Debemos entender que si no aceptamos que tienen sus propias reglas y que fuimos nosotros quienes nos metimos en su casa (la mayoría de las veces sin invitación) vamos a sufrir mucho y los demás se sentirán incómodos con nosotros.
Probablemente muchos de mis lectores no sean inmigrantes. Quizá estén del lado de los anfitriones y sientan algo de alivio al verse comprendidos cuando se quejan de la inmigración. Pero se equivocan en esta ocasión. No estoy posicionándome. Lo que hago es tratar de explicar una idea. La que le da título a esta nota y que de la misma manera debe ser vista desde el otro lado. Cuando uno recibe a alguien en su casa por primera vez, normalmente trata de que el recién llegado se sienta cómodo. Si infringe en algo las reglas por desconocimiento, si no es algo grave, se mirará para otro lado y se le dejará pasar. Si es algo más importante, simplemente se le informará amablemente. Hay varias culturas, por ejemplo, que se descalzan antes de entrar a la casa. Si usted llega por primera vez se lo harán saber. De esta manera, usted puede elegir entrar o no si no desea descalzarse.
El lector ahora tiene también la libertad de enojarse conmigo por no estar de acuerdo con mi opinión y no volver a entrar al blog o de compartir la nota si le gusta y dejar un comentario positivo. También tiene la libertad de pasar de largo sin darle mayor importancia. Yo tendré la libertad de moderar sus comentarios y borrar los que me parezcan agresivos. Pero no deberían existir, porque la libertad no debe ser una excusa para causar daño. Es un valor deseable, tristemente bastardeado.
Les dejo esta invitación, use su libertad recordando que los demás tienen la suya. Reflexione sobre ella para elegir cómo usarla de la mejor manera posible y recuerde que LA LIBERTAD NO ES LIBRE.
¡¡¡JAG PESAJ SAMEAJ!!!

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