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Argentina, deuda, Israel, logros, marchas, mundo, objetivos, pacifismo, sociólogos, sociología, sueños, utopìas, violencia
Para ser sincera, desconozco si la deuda es real o no. Si estoy equivocada, alguien que me corrija, por favor. Sobre todo, porque significará que lo que voy a plantear existe y si es así, me gustaría informarme al respecto y leerlo. Pero si no, si aún no se ha realizado el estudio sociológico que considero importante, quizá alguien quiera tomar la antorcha y llevarlo a cabo. Si no, quedará sólo como un planteo, una duda latente nunca resuelta y tampoco es grave si eso pasa.
Empiezo por Argentina, porque viví allí cuando renació la democracia y luego de haber pasado 35 años de mi vida en Buenos Aires, es lo que más conozco. Por supuesto, también podría hablar de Israel, pero a efectos de esta nota no es lo que más me conviene.
El regreso de la democracia en Argentina fue una fiesta. Trajo como pasa con todo, cosas buenas, malas y otras que para evaluar qué son habría que estudiarlas en profundidad, como las marchas y los paros nacionales o por rubros.
Desde el gobierno de Raúl Alfonsín hasta la actualidad, no han dejado de organizarse marchas por los más diversos motivos. Algunas fueron violentas, otras pacíficas. Unas tenían banderas políticas, otras no. Algunas consiguieron sus objetivos, no todas lo lograron. Pero todas, todas, tuvieron efectos colaterales.
Una diferencia clara y notoria cuando se compara Nahariya con Buenos Aires (además del tamaño y cantidad de población) es que cuando se realizan marchas, no se corta las calles. En Nahariya, la gente marcha por la vereda y la policía controla que así lo hagan para su seguridad y evitar accidentes. Pero en Buenos Aires y si mi memoria no me falla es así en toda la Argentina, sí se cortan calles y rutas. Esto trae aparejadas varias consecuencias: gente que pierde turnos por no poder llegar y que quizá se los habían dado varios meses antes, ambulancias que tardan más por tener que desviarse (lo mismo puede pasar con los bomberos), comerciantes que pierden ventas, trabajadores que pierden presentismo o premios por llegar tarde o no poder llegar, contaminación ambiental (los marchantes muchas veces queman llantas y/o tiran basura en la calle, sumando a eso la contaminación por ruido) y seguramente muchas cosas más que no me vienen ahora a la mente.
La pregunta del millón es, si todos esos perjuicios que se ocasionan, son daños colaterales lamentables pero necesarios. Para saberlo, sería necesario conocer el nivel de eficacia de las marchas. Un estudio que diga: hasta el momento del presente estudio, se realizaron desde 1982, un número N de marchas. Voy a ejemplificar, con números aleatorios ya que no realicé el estudio, para poder ser más clara.
Digamos que desde 1982 hasta la fecha hubieron 15.972 (ni idea si soy exagerada o me quedo corta, es sólo una suposición) y que de ellas, 15.400 fueron violentas (V) y 572 pacíficas (P). Sería bueno suponer cuántas de las V consiguieron sus objetivos (buenos o malos, no es el caso del estudio) y cuántas de las P. Vamos a seguir poniendo números aleatorios, que no necesariamente responden a la realidad. Digamos que de las V, 115 consiguieron sus objetivos y de las P, sólo 25. Indudablemente, aunque el número sea menor, el porcentaje de eficacia de las P habría sido superior al de las V. Allí tendríamos ya una conclusión importante, para conseguir los objetivos buscados en una marcha (salvo que el objetivo sea la violencia en si misma), conviene hacerlo en forma pacífica. Ahora bien, dentro de esa opción, sigue siendo mucho mayor el porcentaje de ineficacia de esta manera de protesta, entonces habría ya que profundizar y buscar qué tienen en común entre si todas las que han tenido éxito, que tienen en común entre si las que no lo han tenido y comparar ambos resultados. Quizá así se llegue a un modo de reclamo eficaz, con los menores daños posibles ocasionados a otros.
Ahora bien, supongamos que los sociólogos del mundo se unieran. Decidieran hacer ese mismo estudio por países y que luego cotejaran los resultados de cada país con los de los demás. Podríamos llegar hasta saber cuáles son los cambios sociales que realmente son necesarios impulsar antes de intentar lograr aquello por lo cual se protesta.
Sí, ya sé que lo mío es utopía pura y dura. Pero vivo en el país en el que muchas realidades actuales fueron utopías de grandes soñadores, así que ¿por qué no seguir soñado? Sé que nunca lograremos un mundo perfecto, conforme a la medida de nuestros deseos. Pero en el camino por intentarlo ¿quién sabe? a lo mejor descubrimos algo, aprendemos más, crecemos como personas y conocemos mejor a quienes nos rodean.
Soñar es gratis, una vez más, los invito a no dejar de hacerlo.
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