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-CAPÍTULO 5-
VOLVER A LA ESCUELA
En otro momento ya hablé de lo difícil que es aprender el idioma y mencioné muy por encima nuestro curso de hebreo (Ulpán). Luego de haberlo hecho de esta manera me quedé con cierta sensación de injusticia, semejante experiencia merece un espacio aparte y dedicado.
Volver a estudiar para gente de nuestra edad y con hijos, implica no sólo el esfuerzo de volver a adaptarse a una situación que ya creíamos superada, sino la responsabilidad de ser un ejemplo para nuestros hijos. Si dedicamos apenas unos minutos en casa para hacer la tarea y estudiar, con qué cara vamos a exigirles a nuestros hijos que lo hagan. Mi hermana mayor había sido un ejemplo para mí en ese aspecto, ella volvía a su casa del Ulpán y luego le dedicaba como nueve horas por día al estudio. Confieso que yo no llegué a tanto, pero sí he sido una niña aplicada, he hecho mis deberes y como ya conté en otra parte, utilicé mi gusto por la escritura para estudiar y practicar el idioma. Y, a pesar de que varias de las maestras que hemos tenido no han sido muy de mi agrado, debo decir que todas siempre se mostraron muy bien dispuestas a corregir mis ejercicios auto impuestos.
El aula era un horno o una heladera, según la parte del mundo de la que cada uno venía. En nuestra aula, como en la mayoría de las del país, estaba formada por un gran porcentaje de rusos, algunos rumanos, un uruguayo y (aparte de nosotros) dos o tres argentinos más. Allí aprendí que los rusos no son todos rubios, eso depende de qué parte de Rusia sean, y que el idioma rumano es de origen latino y no parecido al ruso como yo pensaba. De hecho, cada vez que nuestra maestra decía algo que algún argentino no entendía y le contestaba otro argentino en español, veíamos con asombro que los rumanos habían entendido dicha explicación. Prestando atención a cuando hablaban, descubrí que tenían un acento y una manera de hablar muy parecida al italiano. Rumanos y argentinos empezamos a acercarnos un poco más a partir de entonces, algo que costó un poco más con los rusos. Ellos sabían tanto hebreo como nosotros, algunos un poco más y otros un poco menos si es eso posible, y el idioma junto a las sensaciones climáticas se convirtieron pronto en una barrera difícil de franquear. Algunos de ellos y algunos de nosotros lo hemos intentado seriamente y logramos avanzar un poco, pero no logramos establecer amistad con ninguno de ellos.
El mayor problema que causó diferencias en el alumnado, fueron las maestras. Acostumbradas a que la mayoría de sus alumnos fueran rusos, muchas de ellas sabían hablar en ese idioma, aún no teniendo esa nacionalidad de origen ni padres que lo fueran. Con la primera que tuvimos fue un caos. Ella les explicaba algunas cosas en ruso a los alumnos y eso nos confundía a los latinos que no sabíamos si nos estaban hablando en hebreo o en ruso. A los rusos no les gustaba que les explicaran en ruso y nosotros sentíamos la desigualdad y la injusticia. Eso empezó a crear asperezas muy fuertes entre ambos grupos idiomáticos. La pobre docente, con ambos lados en contra (lo único en que logramos coincidir) terminó despedida y haciendo que los latinos nos sintiéramos mal y quisiéramos arreglar las cosas, mientras los rusos se sentían de lo más conformes con dicho despido. Esa situación lo empeoró todo, hubo gritos y acusaciones injustas de ambos lados.
No mejoró eso la llegada de la segunda docente, que parecía ofenderse cuando alguien no entendía algo y no sólo se negaba a responder, sino que contestaba de muy malos modos a quien se atreviera. No bastó más para que estallara la revolución y una compañera y yo nos retiráramos del aula sin estar dispuestas a entrar al menos que la docente rectificara su posición. Nosotras no sabíamos lo que pasaba adentro del aula y nos enteramos después. Mientras nosotras nos declarábamos en huelga, la guerra estalló allí adentro. Al punto que la maestra sin saber cómo controlar la situación vino a disculparse con nosotras, quienes regresamos y nos quedamos sorprendidas ante el cuadro de gritos y enojos que había . El resultado no se hizo esperar, otra maestra despedida.
Creo que hubo otra más interina mientras esperábamos la oficial, pero es obvio que no dejó huella alguna, pues no la recuerdo en lo más absoluto. Lo mejor llegó cuando no quedaba mucho tiempo para el final. Las clases fueron impuestas por dos maestras que trabajaban en días alternados ¿Resultaríamos un grupo insalubre para una sola? Excelentes ambas. Una de ellas con una capacidad de histrionismo que hacía que las clases fueran mucho más llevaderas, con mucha experiencia a cuestas tenía conocimientos de español, ruso, hebreo, inglés y hasta algo de etíope. Nos hacía reír con sus chistes y sus imitaciones de la forma de hablar de cada comunidad. Relajó la convivencia entre nosotros que terminamos siendo no amigos, pero sí buenos compañeros. Nos cargaba a los argentinos, porque decía que siempre decíamos MAÑANA y nos alentó a que no perdiéramos la buena educación que traíamos y a servir de ejemplo a un pueblo que no solía conservar ciertas costumbres como decir por favor, por ejemplo.
En cierta medida el Ulpán fue un parto, pero la experiencia y lo aprendido no sólo a nivel idiomático si no de convivencia y diferencia de culturas, así como muchos otros conocimientos y vivencias es un bagaje cuyo enriquecimiento no cambiaría por nada del mundo.
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