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     Ni el alma ni la psiquis sangran. Sus heridas no son visibles a simple vista ni fotografiables. Por eso, cuando alguien acusa a Israel de reacción desmedida comparando muertos y heridos en Gaza y en Israel, son injustos.

     Los habitantes del sur israelí, hace catorce años (sí, no un mes o dos como muchos creen) que vienen recibiendo misiles y soportando una vida de alarmas y estrés que ninguna persona normal en ninguna parte del mundo soportaría ni aceptaría sin exigir a su gobierno una acción inmediata de defensa de su salud, su vida y su integridad. Catorce años es mucho tiempo de sobrellevar una situación tan dura, de correr a los refugios, de temer que un día no lleguen a tiempo para resguardarse, de sentir angustia cuando tus hijos no están en casa, de no hacer vida al aire libre porque no es seguro, de interrumpir las clases porque hay que protegerse. Son años de no vivir la infancia como cualquier chico, de no jugar en un parque ni en la calle, de no salir con los amiguitos, de no entender por qué del otro lado de la frontera hay gente que ni siquiera duerme porque busca matarme. Son años de no tener palabras suficientes para explicar a tus hijos el odio irracional y encontrar en medio de la angustia la manera de evitar que tus hijos terminen odiando. Son años de alimentar en medio del alma la furia y el dolor, el deseo de no tener adelante a quien quiere matar a tus niños, porque sabés lo que serías capaz de hacer. Años que entre corrida y corrida, entre misil y misil se esfuerzan en seguir con sus vidas lo más normalmente posible: trabajando, estudiando, edificando, creando, investigando, amando pese a todo y a todos.

      Varios habitantes del sur se instalaron con carpas frente a la casa de Netaniahu. Hay quienes creen que no es el momento adecuado para reclamos ni enfrentamientos. Pero cómo podemos decirles a quienes ya están hartos de vivir así que no reclamen lo que con justicia tienen derecho a reclamar: una vida tranquila, de paz. Sé que no es fácil ser gobernante de una nación, menos aún ha de serlo de una que está en guerra constante, teniendo que justificar su derecho a existir contra todo sentido y normalidad (porque asombra que sea necesaria dicha justificación). Pero más difícil debe ser vivir bajo constantes ataques y ver que el mundo que suele hacer marchas a  favor de los palestinos, no reclamen lo más mínimo por ello. Y más difícil debe ser ver que tu gobierno tarda tanto en reaccionar y sentir que te da la espalda, sea o no verdad. Si no reclaman sus derechos cuando están hartos, agotados, sus economías quebradas… ¿cuándo lo harán? ¿Cuando ya sea demasiado tarde y la cúpula de hierro sea insuficiente?

     Sin duda es un momento para estar unidos. Pero eso no significa darles a los residentes del sur una palmadita en la espalda y decirles: lo siento mucho, voy a rezar por vos, cuidate. Estar unidos significa respetarlos, entenderlos, apoyarlos y apuntalarlos en todo lo que de nosotros dependa. Y si sienten la necesidad de reclamar ahora y no mañana, levantemos nuestras voces con ellos. Que sepan que no están solos, que cuentan con nosotros, que no es ningún disparate desear vivir con libertad, paz y tranquilidad. Que ellos y sus hijos no son menos valiosos que las víctimas civiles palestinas. La única diferencia entre unos y otros, es que en el caso de los palestinos su dolor se puede fotografiar.

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-Muro de los lamentos del lado de los hombres, Jerusalem, Israel. © Todos los derechos reservados.-

24 de agosto de 2014