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«Cuando yo era pequeño…» comenzó a contar don Elvio. Pero no pudo terminar, Rodrigo bajó corriendo de sus rodillas y desapareció por la puerta que daba a su habitación. El anciano se quedó cavilando. Pensaba que las nuevas generaciones estaban siempre muy apuradas. Pero le sorprendió el desprecio de su nieto, porque siempre lo escuchaba de buena gana.

El nieto apareció con la misma rapidez con la que había desaparecido antes. Traía en sus pequeñas manos un block de hojas de dibujo y en la otra una caja de crayones. El abuelo no le reprochó nada, al contrario, lo miraba con orgullo. A su corta edad, el pequeño era un gran artista. No hacía falta nunca preguntarle qué representaban sus dibujos, se entendían con toda claridad.

El niño buscó en su block, bajo la atenta mirada del abuelo, una hoja en blanco. Giró todo el resto hasta dejar hacia arriba sólo esa hoja. Abrió la caja de colores, los sacó con cuidado y los distribuyó prolijamente para poder usarlos con comodidad. Se recostó en el piso, miró a los ojos a don Elvio y le dijo: «»ahora sí, te escucho».

El anciano que ya estaba absorto observándolo, salió de repente de su ensimismamiento y trató de reaccionar intentando entender. Entonces comenzó a contarle sobre su infancia, historias que eran nuevas para Rodrigo. Cuando aún la leche venía en botellas, cuando se repartían a domicilio igual que el hielo, cuando las bolsas de los almacenes eran de papel madera y aún existía el tranvía. Le relató cómo los niños aprovechaban el momento en que los adultos se distraían con los repartidores para hacer travesuras. Y mientras se dejó llevar por la nostalgia, el abuelo se puso de pie y se asomó a la ventana desde la que se veía con tanta claridad el aljibe en el centro del patio…

Don Elvio, olvidándose que estaba siendo escuchado, se dejó llevar por los recuerdos. Verbalizaba sus memorias, olvidándose que tenía público. Habló del aljibe que también había en el patio de su casa, del miedo que tenían los adultos a que los niños se cayeran por él y las historias tétricas que inventaban para que se mantuvieran a distancia. Ellos decían no creerlas, pero mejor, por las dudas ¿para qué acercarse? De repente su nieto lo interrumpió: «listo». El abuelo recordó de repente que no estaba solo y miró su mano extendida. Allí, en el dibujo que el niño le presentaba, estaban reflejados todos sus recuerdos.

El abuelo no se separaba nunca de aquella obra de arte que su nieto había dibujado junto a él. Le fue muy útil cuando la memoria empezó a tener algunos agujeros primero, lagunas mayores después. Lo miraba y le ayudaba a refrescar un poco lo que ya había olvidado. Su nieto comenzó a ayudarle hablando de lo que se podía ver en él cuando ya no le alcanzaba con mirarlo…

Rodrigo está parado junto a la ventana, casi en la misma posición en la que estaba don Elvio cuando le contó sus historias de aljibe. Habían pasado muchos años, se habían mudado varias veces desde entonces, fue extraño que sus pasos lo llevaran nuevamente hasta allí. Pero aquel niño devenido en hombre, tenía a su lado un caballete con un lienzo, unos pinceles y unos pomos de colores al óleo. Se volvió hacia la tela, y mirando cada tanto a la ventana, comenzó a pintar sus propias memorias.

VERSIÓN1

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