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adultos, ancianos, bar, cuento, depresión, discusión, hombres, injusticia, jóvenes, montaña, mujeres, niños, pelea, razón, sinrazón, suicidio, tristeza
Nadie sabe qué motivo el intercambio de palabras entre Juan y Pedro que, hasta ese día, habían sido grandes amigos. Sólo puedo contar que poco a poco se transformó en una pelea de tal cariz, que llegó a escucharse en la otra cuadra del bar en el que estaban. Y no es que ellos tuvieran voces muy potentes, ni que usaran micrófono ni nada que se le parezca; sino que a medida que la discusión iba en aumento, la gente de alrededor por algún motivo desconocido sintió la necesidad de tomar partido por uno u otro. No importaba ni el tema por el cual discutían, todos lo desconocían, lo importante era apoyar al que cada uno creyera más débil. Después de todo, quienes allí estaban se consideraba una buena persona y no iban a permitir una injusticia. Así que lo que al principio eran sólo dos voces, se terminaron convirtiendo en decenas que formaban una sóla voz. Al principio de la charla entre ellos, trató de intervenir un personaje al que echaron de la mesa con malos modos y que quedó muy triste acurrucado en un rincón del bar sin que nadie se dignara a prestarle la menor atención. Era la Razón. Con la mirada humedecida miraba lo ocurrido. Tuvo algunos intentos de meterse entre la gente y dar su aporte, pero con la misma suerte ya acontecida. Sin animarse a mirar atrás, dejó el bar en busca de alguien que le diera la bienvenida.
Estuvo en parques llenos de niños con padres orgullosos, en museos de ciencia, en la universidad de filosofía y letras donde creía que le darían incluso preponderancia, se metió en las redes sociales y pasó por el Congreso de la Nación. Se acercó a niños, jóvenes, adultos y ancianos. Anduvo entre hombres, mujeres, hombres que se sentían mujeres y mujeres que se sentían hombres. Buscó entre diferentes oficios y profesiones. Pero siempre con el mismo trato recibido en el bar. Algunos ni siquiera se molestaban en echarla, simplemente ignoraban su presencia.
La Razón cayó en una profunda depresión, no había encontrado en el mundo a nadie que la valorara. Ni hablar ya de que la convocaran, ni siquiera se daban vuelta a mirarla. Sin un lugar dónde ir, sabiéndose sola y abandonada, caminó paso a paso hacia el pico más alto de la montaña más alta. Pensó que la vista desde allí sería maravillosa, que abarcaría tanto que le permitiría encontrar a la única persona que la buscara y la quisiera. Pero al ver que ese ser no existía, dio un pequeñó paso hacia adelante y se dejó caer. Ya nadie debería temer su molesta intervención. La Razón, había dejado de existir.
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