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Hace tres años y medio, escribí una nota en la que planteaba que salvo por mi cuerpo y algunas condiciones de mi vida, dudaba de ser mujer. Explicaba que no entro en las generalizaciones que suelen hacerse de nuestro género, que no me siento identificada con las descripciones que poética o humorísticamente, se le atribuyen al género femenino. Pero hay algo que me señala cláramente como tal: la cartera*.

Hace unos días, escuche una humorista que en su monólogo afirmaba que a medida que las mujeres avanzamos en edad, también avanza el tamaño de la cartera, sobre todo a partir de los 30. Y esta vez sí, me sentí plenamente identificada.

Por algún extraño motivo que desconozco, los diseñadores de moda femenina, están convencidos que las mujeres no necesitamos bolsillos. Salvo raras excepciones, ningún pantalón o blusa femenina tiene incorporados bolsillos. La excepción por antonomasia, es el jean. Lo usaba mucho cuando era MÁS joven. Distribuía en sus bolsillos el D.N.I., el dinero y las llaves. Cuando hacía frío, utilizaba los bolsillos de las camperas.

No sé en qué momento fue la inflexión, cuándo me di cuenta que no podía salir a ningún lado sin cartera. Supongo que fue después de tener mi primer hijo, cuando usaba el bolso del bebé con todo lo que a él le pudiera hacer falta, agregando además aquellas cosas personales que necesitaba para salir. Y es verdad lo dicho por la humorista, empecé usando cartera y poco a poco se me iba quedando chica.

Mi afición por la escritura viene desde niña. Ya adulta me di cuenta que muchas veces me inspiraba en los lugares más inesperados y que si no anotaba lo que se me ocurría, luego lo perdía; así fue que agregué a mi cartera un block de hojas y una estilográfica. No hay que olvidar los pañuelitos descartables, muy útiles para la alergia de primavera, el resfrío del invierno, la transpiración del verano y en otoño quién sabe qué podría pasar… Y el papel higiénico por si tenés ganas de ir al baño en algún lugar público y cuando entrás descubrís que se terminó y no repusieron. Agreguemos las recetas médicas, los análisis de sangre o lo que hiciera falta de nuestro niño y propio. No olvidemos tampoco eso que nuestro marido nos pidió guardar en nuestra cartera porque él no tenía dónde ponerlo y que luego se olvidó de pedirnos de vuelta. Infaltables los envoltorios de caramelos, chocolates y afines que introdujimos en ella porque no había tachitos de basura a la vista…

El otro día, hablando con mi sobrino mayor le decía: tengo tantas cosas en mi cartera, que me imagino un día estar en un zoológico, ver al dueño desesperado llorando porque se les murió el último elefante que les quedaba y en ese mismo monento decirle que no se preocupe mientras saco un elefante de mi cartera.

A mis 49 años comencé el camino de regreso. Luego de sentir que no puedo cargar tanto porque mi espalda me lo reclama, habiendo intentado hacer revisión y tirar lo que no es realmente necesario (que es muy poco, porque una nunca sabe cuándo va a necesitar tal o cual cosa ¿y si lo saco de la cartera y luego lo necesito?), he empezado a usar carteritas. Aunque la que más uso ya está engordando bastante, a ver qué saco para que no se me rompa. Uso las cartera grandes para trayectos largos y cuando tengo que estar muchas horas lejos de casa.

Qué lástima que a ninguna mujer de mi familia se le haya ocurrido advertírmelo. Jóvenes adolescentes que puedan leer esta nota, aún están a tiempo de salvar vuestras espaldas. Decidan qué es lo estrictamente necesario antes de que sea demasiado tarde, recuerden que es muy poco probable que alguien necesite un elefante.

OTRA CARTERA.-CMA

-Todo entra en una cartera femenina si se sabe acomodar…-

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*En muchos países hispanoparlantes llaman bolso a la cartera y cartera a la billetera. En este caso estaríamos hablando de lo que en dichos países denominan bolso.