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– Por favor… domestícame ! – dijo.

– Me parece bien – respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.

– Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, domestícame !

– Qué hay que hacer ? – dijo el principito.

– Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…

Al día siguiente el principito regresó.

– Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro. – Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad ! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón… Es bueno que haya ritos.

                          Párrafo del capítulo 21 del Principito de Antoine de Saint-Exupéry

     Un gato tiene básicamente una gran diferencia con un perro o un zorro (como en el caso del Principito). Él también puede ser muy fiel, nos esperará en la puerta al llegar, nos consolará si estamos tristes y se quedará a nuestro lado si estamos enfermos. Incluso nos defenderá si cree que alguien nos está atacando. Pero el gato es independiente. Le encantan los mimos… cuando él quiere. Intente acariciar a un gato cuando el que quiere es usted y no él. Podrá esperar alguna de estas reacciones: simplemente se va dándole la espalda, que le dé un rugido de advertencia indicando que mejor no se acerque o en el peor de los casos, le tirará el zarpazo. Se les llama domésticos, como a los perros, porque viven en las casas con las personas, pero intente enseñar un truco a un gato. En el mejor de los casos, si lo consigue, es muy probable que no lo repita cuando usted quiere mostrarle a alguien lo que le ha enseñado. Si quiere grabarlo, no me extrañaría nada que tuviera usted que hacer varios intentos. Será por esa rebeldía intrínseca en ellos que muestran que son dueños de una gran personalidad, por su independencia que los capacita para decir que no cuando no quieren algo o no les gusta, que hace que yo los ame tanto. Los perros me encantan, ojo, mientras sean de otros. Pero en general los veo muy sumisos, quizá algo tontos.

     ¿Ha intentado usted domesticar un gato? Yo sí, y con algunos resultados que les quiero contar. Pero mi domesticación tiene más que ver con la explicación del zorro de nuestro ejemplo que con la idea de lograr que el domesticado se someta a mí. Domesticar no puede, o no debería ser de ningún modo, esclavizar, someter. Cuando pasó lo que les contaré, con la idea de ayudar a quienes necesiten domesticar a un gato, no recordaba estas líneas del Principito. Sin embargo, mi técnica, no difirió mucho a la del relato. Aunque en mi caso, no me senté en la hierba.

     Tengo una amiga a la que quiero mucho. Ella suele viajar seguido a Alemania y a veces dentro del país. Tiene dos gatos en su casa (gato y gata) y cuando viaja necesita que alguien se los cuide. Esa soy yo. Pero debí creerle respecto a la cantidad de felinos con los que convivía, porque yo siempre veía sólo uno. La gatita, durante la guerra del 2006 quedó traumada por los misiles y desde entonces se ha vuelto muy desconfiada y cuando alguien llega a la casa de mi amiga, ni bien escucha la puerta, corre a esconderse. Y lo hace muy bien, porque es difícil encontrarla, casi imposible. Eso me preocupaba mucho. Mi amiga me había dejado el teléfono del veterinario por cualquier emergencia, pero ¿cómo podía yo saber si había una emergencia con ella si no sabía siquiera dónde estaba? Así que entendí que iba a necesitar mucha paciencia y amor.

     Cada vez que llegaba a la casa de mi amiga, saludaba a ambos gatos utilizando sus nombres. Lo mismo hacía al irme. Esa etapa duró varios días. Una vez, ella estaba en un lugar donde creía que no la veía, y la verdad que no era fácil detectarla, porque es totalmente negra, con apenas un poco de blanco en el pecho. Si está en un lugar obscuro y con los ojos cerrados, es difícil encontrarla. Pero ese día la vi. Despacio y a la distancia me agaché para estar a su altura, siempre mirándola fijo y sin quitarle la mirada. También le hablaba, con voz tranquila y pausada, explicándole que la amaba y no quería hacerle ningún daño. En el segundo en que desvié apenas mi mirada, ella aprovechó para salir corriendo. A partir de ese día, ella salía de su escondite. Me miraba sentada desde lejos y yo repetía la misma operación. De a poco empecé a llamarla, a invitarla a acercarse, a extender mi brazo con la palma hacia arriba, para que se atreviera a olerme y reconocerme. Cada día se animaba un poco más y se iba acercando. Hasta que un día me olió la punta de los dedos. Dudó sobre si acercarse más o no, y finalmente corrió a esconderse otra vez. Otro día logré acariciarla apenas, con la punta de los dedos. Lo importante en todo momento es que no traté de apresurar nada, respeté sus tiempos, sus retrocesos, sus temores.

     Un día, para mi sorpresa, encontré una pelotita de juguete en el comedero de ellos. No me pregunten cómo lo supe (porque no lo recuerdo), pero entendí el mensaje en seguida. Fui a donde estaba y le arrojé la pelotita (de modo tal que no lo confundiera con una agresión) y ella se puso a jugar. Eso mismo lo hizo alguna vez más. Otro día se atrevió a subirse a un mueble cercano a donde yo estaba y se dejó acariciar, pero por tiempo limitado, no era cuestión de que yo me creyera que ya lo había conseguido. Poco a poco fue ella la que me buscó a mí y hoy en día me reclama si no la mimo cuando ella así lo exige. Incluso compite en quién me ama más con el otro gato. La verdad sea dicha, los amo a los dos, pero a mi gatita más (que nadie les vaya con el chisme, por favor).

     Esa fue mi mejor experiencia como domesticadora gatuna. Y es que domesticar, para mí, es lograr que el otro entienda que lo amamos sin miedos, respetándolo siempre. A veces, en las relaciones humanas, pasa algo parecido. Hay gente que cree que el cariño y el respeto se imponen, no entienden que sólo deben domesticar.

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Gato fotografiado en Caesarea, Israel. © Todos los derechos reservados.-