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-CAPÍTULO 4-

UN PAÍS CONFIABLE

     En Israel, como en todo el resto del mundo, hay colectivos, taxis, trenes y hasta subte. Pero tiene un medio de transporte muy particular: la MONIT SHERUT. Es ésta una camioneta para diez personas. Hace el mismo recorrido que el de los colectivos, pero paran donde a uno se le da la gana. Son más baratas y más incómodas también. Pero son ideales cuando no se quiere esperar mucho, porque los colectivos no pasan tan seguido como en Buenos Aires. La excepción es cuando se sube en la parada de origen, ellos no arrancan hasta que todos los asientos están ocupados. La forma de pagar es también peculiar: todos se ubican en sus lugares y le dan el dinero al de adelante. El que está más cerca del chofer le entrega la plata y si hay vuelto, el sistema es el mismo pero en sentido inverso.    

     Y es que si hay algo bueno en Israel es que si bien la delincuencia no es inexistente, el porcentaje es tan bajo que la gente aún puede confiar en los demás. Todavía existe la palabra. Un empleado no puede amenazar con renunciar si no le dan lo que pide, pues si no están dispuestos a complacerlo considerarán que ha renunciado. Casi no existe el recibo y te miran raro si se los pedís. Si hay una emergencia nacional, como la guerra del 2006, el israelí abrirá la puerta de su casa a los refugiados sin importar que sean desconocidos. Conozco un caso, por ejemplo, donde incluso el dueño de la casa que recibió a una familia que no conocía, le prestó el auto al padre de dicha familia.

     Mi vida en Buenos Aires me ha dejado ciertos sustos, y aunque no pase nada, cuando un auto aminora la velocidad a mi lado y se detiene, todavía siento miedo. A pesar de tener ya ocho años y medio viviendo en el país, aún me asombra poder caminar cerca del cordón de la vereda con la cartera colgando descuidadamente del lado de la calle sin que ningún motorista intente arrancármela. Al principio los miedos eran inevitables. Cierta vez, cuando tenía poco tiempo como inmigrante y viviendo en el kibutz, volvía a mi casa de la lavandería con la ropa. Era de noche y estaba bastante oscuro. Me aterré, porque además el camino estaba muy solitario. Me costó tomar conciencia de la situación de seguridad en que me encontraba. Cuando lo hice, llegué incluso a sentirme arropada.

     Es que la mayoría de la gente tiene una idea muy equivocada acerca del tema de la inseguridad aquí. Mucho más inseguros estábamos en mi querida y extrañada Buenos Aires. Incluso en época de guerra no hay inseguridad, pues nos encontramos muy protegidos. A toda hora nos indican qué hacer y si un misil fue disparado hacia nuestra zona, se nos avisa con una alarma o altavoces para que nos refugiemos a tiempo. Nos reparten y cambian periódicamente las máscaras con los antídotos y cada tanto se hacen ensayos para que sepamos reaccionar inmediatamente. Si debemos estar de manera prolongada en los refugios, la municipalidad se encarga de repartir: agua, alimentos, remedios y frazadas. Ese es el verdadero motivo por el cual del lado israelí suele haber menos muertos y heridos que del lado de nuestros atacantes. Y es que los pocos que hubo, la mayoría de las veces, fueron por accidente o imprudencia.

     Hay algo que puedo afirmar sin miedo a quedar como una mentirosa y es que jamás en mi vida me sentí tan segura como desde que vivo en Israel.

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-Moniot sherut (plural de monit sherut) por las calles de Haifa, Israel. © Todos los derechos reservados.-

Escrito en la ciudad de Nahariya, Israel, en el año 2011.