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Las historias que relataré a continuación, tienen como protagonista, escenario, fondo y participante a LA ventana de una antigua casa porteña. No son distintas, es siempre la misma. Parte desde la construcción de la vivienda, a su lado han pasado toda clase de cosas. Edificada para ser habitada por una familia, se han mudado distintas generaciones, se ha convertido en museo, ha estado abandonada y ha alojado en ella a gente que buscaba dónde guarecerse de manera provisional, la han reformado para convertirla en una hostería y actualmente funciona como Centro Cultural.
La ventana es sencilla, modesta incluso. Da a un patio interior y no llama demasiado la atención ni es diferente a otras ventanas de la casa. Pero es la única que recibe a cualquier hora del día, luz directa del sol. Es una curiosidad arquitectónica que sin embargo nunca nadie se planteó. Tiene un alfeizar e incluso con los diferentes y tan variados usos que se le dió a la construcción, nunca le faltó una o más macetitas radiantes de flores. Será por eso que no ha habido nadie que no pasara o habitará por el lugar, que no se haya detenido al menos unos segundos a su lado. Y esa es la razón también de que ella tenga tantas historias vividas que creo que merece la pena conocer. Yo me he enterado de todas ellas, porque las ventanas tienen distintas maneras de contar sus cosas, sólo hay que saber interpretarlas.
Podría, y a cualquiera le parecería lógico, relatar los cuentos cronológicamente, tal como han ido ocurriendo. Sin embargo mi memoria es caprichosa, por ese motivo los contaré según me vaya acordando. Y digo que son cuentos, no historias, porque la mente suele rellenar, adornar y a veces quitar cosas a los recuerdos.
Los invito entonces, a conocer a mi ventana amiga.