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Cuando las mujeres quedamos embarazadas, es normal que la mayoría imaginemos a nuestros hijos: cómo serán, qué vida tendrán, a qué se dedicarán y hasta qué familia formarán. Desde el momento en que nos sabemos portadoras de una vida, sabemos que no estará a nuestro lado para siempre, que llegará el día en que deberán saltar del nido y desplegar las alas. También, que nosotras deberemos ayudarlos a saltar, empujarlos un poquito, es ley de vida, todos dejamos el nido alguna vez.
Cuando al fin tenemos a nuestros retoños en nuestros brazos y los vamos viendo crecer, sabemos que no estarán así con nosotras para siempre, pero vemos tan lejano el día en que al fin despeguen y hagan su vida fuera del nido…
Pero todo llega, nuestros pichones crecen, se forman, se hacen cada vez más autónomos y nosotras vemos acercarse el día con algo de temor. Los vemos hechos unos hombres, sensatos, maduros, claros, coherentes y sin embargo… Y sin embargo no podemos dejar de sentir algo de temor, de preguntarnos cómo resolverán esto o aquello cuando se les presente, si se acordarán que pueden pedirnos consejo cuando se sientan desconcertados y les cueste tomar una decisión. Si podrán acordarse que no importa cuan grandes estén, nosotras siempre estaremos ahí para ellos. Porque de alguna manera, aunque estamos muy orgullosas de ellos, no podemos dejar de sentir, por muy adultos que sean, que son nuestros pichones, nuestros pimpollos, nuestros principitos.
Mi hijo mayor, muy pronto volará del nido, antes incluso de lo que esperaba, y siento que el pecho se me va a salir del cuerpo, un desgarro en el corazón enorme y un orgullo tan grande que es indescriptible. Tengo una mezcla de sensaciones y emociones muy fuertes y diferentes. Siento que deberé cortar el cordón por segunda vez.
A veces, pienso que me encantaría tenerlo siempre bajo mis alas, pero sé que no es posible ni sano y que todo lo que viene por delante es bueno para él. Pero la lógica y las emociones, no siempre van de la mano. Me siento feliz por este gran salto que va a dar en su vida y porque sé que es en el momento indicado. Pero también tengo temores, naturales, de mamá que ve alejarse al polluelo y se pregunta si podrá sin ella. Y no es que no sepa que él tiene la inteligencia y las herramientas necesarias para desenvolverse, en el fondo sé que ya no le soy necesaria…
Siempre me costó menos expresarme por escrito que hablando, logro explicarme mejor, pero creo que esta vez no lo consigo. Siento que las palabras se agolpan, todas quieren salir y expresarse, chocan entre ellas, se atoran y no logro describir mis sentimientos como me gustaría.
Poco a poco el nido se va vaciando… ¿Y ahora?
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