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    No tengo la menor duda de que si empiezo mi historia diciendo: había una vez un bosque; muchos dejarán de leerme al instante. Probablemente piensen que es una historia infantil, o al menos una más de tantas. Historias que transcurren en un bosque hay muchas y muy famosas: Caperucita Roja, Blancanieves y los 7 enanitos, Hansel y Gretel, sólo por nombrar las que me vienen más inmediatamente a la memoria. La diferencia entre esas historias y la mía, es que mientras en ellas el bosque es escenario, en la mía es víctima. Por eso los invito a que me sigan leyendo y se enteren lo que voy a contar. Obviamente no es una historia verdadera, sino de mi total invención y cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia.

      Había una vez un bosque de hayas. Era el más grande de su especie en todo el mundo y por eso atraía tanto turismo. Estaba ubicado en la zona norte de Tlulalcan, un país del que nadie sabría nada si no fuera por estos maravillosos árboles. No tenían un desarrollo industrial, tecnológico, científico ni siquiera artístico. Su gente no presentaba ningún atractivo para los turistas y su baile folclórico era más bien apagado, oscuro, sin gracia. Por eso para ese pequeño e insignificante país, el bosque de hayas era tan importante y, para explotarlo aún más, lo envolvían de misterio. Todos daban por sentado que ese era el motivo por el cual antes de llevarlos al bosque, incluso ya en el aeropuerto, debían firmar un formulario de compromiso con sus datos personales y que era una especie de contrato, decía algo así:

Yo ………………. (escriba su nombre y apellido sobre la línea de puntos), número de documento …………….., con residencia permanente en …………………. (escriba su dirección, ciudad, provincia, país y número postal), hospedado en …………………. (escriba el nombre y dirección de su lugar de residencia temporal en Tlulalcan) me comprometo a:

  1. No recoger nada de lo que encuentre en el suelo del bosque de hayas.
  2. No recoger nada de sus árboles.
  3. No tomar fotos ni filmaciones, ni hacer dibujos, pinturas o bocetos del bosque de hayas.
  4. No contar nada acerca del bosque ni hablar de él con absolutamente nadie, ni dentro ni fuera de Tlulalcan.

Si incumpliera cualquiera de estos puntos, el gobierno de Tlulalcan podrá pedir mi extradición y seré juzgado aquí pudiendo ser mi condena desde un año de prisión a cadena perpetua no excarcelable.

Lejos de ofenderse o molestarse, todos firmaban sin el más mínimo reparo el formulario, pues lo encontraban razonable teniendo en cuenta que el misterio que rodeaba al bosque era comprensible, pues atraía aún más el turismo, casi único sustento de la población lugareña.

Un día, llegó allí en busca de paz, algo diferente en su vida y un poco de distancia de los problemas, doña Josefa Rodriguez de Cantimpalo. Era una mujer de mediana edad, muy coqueta y a simple vista parecía muy superficial, aunque si alguien se tomaba el tiempo para conocerla, descubría una mujer con un mundo interior muy rico, lleno de ideas, con mucha imaginación y muy inteligente. Medía 1, 63 metros, pesaba 57 kilos y una cintura de avispa. Rubia, con pelo ondulado y jamás salía a ningún lado sin un sombrero de anchas alas que protegiera su extrema palidez del sol. Estaba dispuesta a mantener el misterio del bosque, hasta le resultaba divertido tener que hacerlo y con mucha ilusión, al día siguiente de haber llegado, se sumó al grupo que saldría en un autobús desde su hotel hasta el bosque. En el viaje todos hablaban del tema, de la expectativa que generaba ¿qué podía tener ese bosque de hayas que fuera diferente a cualquier otro y por el cual se lo rodeaba de tanto misterio? ¿O sería igual que cualquier otro que hubieran visto, diferenciándose sólo en su enorme tamaño y lo rodeaban de tanto misterio sólo para atraer más visitas? Como fuera, suscitaba mucha intriga, risas y emoción.

Llegaron, y fue difícil contener al grupo para que descendiera con cuidado y sin riesgos del autobús, tal era la ansiedad por conocer el bosque. Al entrar a él hubo que contener a algunas personas que casi se desmayan, otros se pusieron rojos de furia y no faltaron quienes se pusieron a llorar desconsoladamente llenos de angustia, bronca, dolor y sensación de importencia. Pero a pesar de las diversas reacciónes, había algo en común a todos, el conocimiento de haber sido estafados. Josefa se encontraba entre los que no podían dejar de llorar, pero también gritaba enojada. No era normal en ella ese tipo de reacciones, sin embargo esto la superaba y tramó un plan para evitar que nadie más fuera estafado. Si la gente del lugar necesitaba delinquir para vivir, no sería ella quien los ayudaría, se negaba a ser cómplice por muchos papeles que hubiera firmado y los lugareños deberán empezar a aguzar su ingenio e inteligencia si quieren sobrevivir.

Josefa no espero para volverse a su casa, había planeado quedarse diez días, pero no estaba dispuesta a mantener ni por un segundo más a esos sinvergüenzas. Cuando bajó del avión, su marido la estaba esperando, la abrazo con alegría, pero a ella no se la veía nada contenta, más bien estaba triste y furiosa a la vez. No quiso hablar hasta que llegaron a la casa, y entonces dio a conocer a su esposo todos los pormenores y sus planes, su marido estuvo de acuerdo. En menos de una semana ya tenían todas sus cosas empacadas, los pasajes comprados y se habían despedido de amigos y parientes. El viaje hasta Alúmar duró dos días, pues habían elegido ese lugar justamente por lo lejos que se encontraba del hogar. Se instalaron allí en un hotel, el cual pagaron en efectivo. Cuando al fin pudieron sacar la ciudadanía, se cambiaron el nombre y el apellido y alquilaron una hermosa casita en las afueras de la ciudad capital. Habían elegido ese país, además de por la distancia, porque no existía allí la extradición y además hablaban su mismo idioma.

Un día llegó una carta firmada por Inés Alba Mena a un periódico de poca tirada. El periódico había sido elegido precisamente porque sabían que estaba a punto de declararse en quiebra y que si no encontraban pronto una noticia revolucionaria que los diferenciara de los demás, debería cerrar y mucha gente quedaría sin trabajo. El dueño del periódico era también su director y cuando recibió la carta sintió que tenía una bomba en sus manos. Tuvo miedo, pero supo que ese temor era una buena señal. Si tenía la valentía de publicar la carta, generaría una ola de estupor, indignación y reclamos internacionales que su diario pronto se vería recompensado. Llamó a su mejor periodista, le dio la carta: -quiero que la publiquen en página central. Pero antes que visites a su autora y le hagas una nota. Vamos a actuar como estos indecentes, pero por una buena causa, no vas a tomarle fotos, la rodearás de misterio y la carta se publicará con la firma: un ser humano preocupado.- El periodista también se asustó, pero a la vez le divertía la idea y no tardó nada en llegar al domicilio de Inés Alba Mena que, como ya se habrán dado cuenta, era ni más ni menos que doña Josefa. Accedió de buen grado, no sólo a la nota, si no al plan del director del periódico y se felicitó a si misma por haberlos elegido, ya que a nadie más envió su misiva.

La nota que le hicieron se publicó rodeando la carta que figuraba en el centro de la página de manera destacada. Era un poco larga, muy clara y describía muy bien los sentimientos de su autora. Decía así:

Mi muy estimado director del diario Luz Candente:

tengo a bien dirigirme a usted, porque estimo que no le faltará la valentía para, como el nombre de su diario lo indica, poner luz en medio de la oscuridad. Le escribo llena de indignación y tristeza y espero que al enterarse de lo que tengo para contar, usted y todos los ciudadanos de bien, se hagan eco de mi reclamo, me ayuden a develar la verdad y a que los estafadores internacionales de Tlulalcan no puedan continuar con sus malas acciones. Sé que lo dicho suena fuerte y es una acusación muy grave, pero me hago absolutamente responsable de lo que digo.

En todo el mundo es sabido que el bosque de hayas de Tlulalcan no sólo es el más grande del mundo, si no que lo rodea un gran misterio, provocado sobre todo, por el gran silencio que nos imponen apenas llegamos a dicho país. Nadie nunca se ha quejado del compromiso que nos obligan a firmar, antes lo vemos con simpatía y curiosidad, pero es imposible mantener esa actitud al descubrir la enorme estafa en la que todos nos vemos envueltos y de la cual, mediante el contrato que todos firmamos, nos obligan a ser cómplices. Pues bien, me niego a serlo, no callaré y hoy sabrán cuál es el misterio que rodea a dicho bosque.

Deben saber los que nunca tuvieron la oportunidad de ir, que el sitio está vallado con un cerco hecho de la madera de haya precisamente. Lo más grave de eso, es que el único lugar donde veremos las hayas, será en ese cerco. Apenas entramos nos damos cuenta de la terrible y dura realidad. El bosque debe llevar así de desvastado muchísimos años, si es que alguna vez fue un bosque, ningún rastro así lo indica. Se trata de una especie de predio lleno de arena plana dónde sólo encontraremos algunas mesas para pícnic, unas cuantas parrillas, unos puestos de bebidas y comidas ligeras y otros de recuerdos para llevar de regalo y nada más, ni la menor sombra ya no de hayas, de ningún tipo de árbol. Nadie después de algo así tiene ganas de comprarle nada a esa gente. Sin embargo «el bosque» está lo suficientemente lejos de la ciudad como para no poder volver andando y el chofer del micro está en el negocio y se niega a llevarnos hasta la hora pactada que son cinco horas después. Con tanto tiempo es imposible no claudicar y terminar comprando aunque más no sea una botella de agua mineral. Y quien dice agua, dice unas galletitas, o un sandwich.

Firmamos un compromiso de secreto al entrar al país en el cual se nos amenaza hasta con prisión perpetua si contamos lo que vimos, ahora entendemos por qué y entenderá usted que haya dejado mi país y me cambiara el nombre para desenmascarar a estos sinvergüenzas.

Espero que mi reclamo sea leído por gente con la suficiente influencia para hacer el reclamo internacional de la forma más conveniente.

Atte.

Un ser humano preocupado

     Como esperaba el director del diario, la nota, pero sobre todo la carta, había sido como una enorme bomba. Se vieron obligados a ampliar la tirada y a agregar una edición. Les llovieron cartas llenas de indignación de gente que ya tenía sus pasajes para ir y que exigían que les devolvieran el dinero. Las asociaciones de ecologistas organizaron marchas de repudio frente a la embajada de Tlulalcan y pidieron la cabeza de los ministros de turismo, de exteriores y del propio presidente de la nación. El tema fue llevado a la ONU y debatido con la furia que hacía mucho nadie ponía ni por temas como pueblos enteros sometidos por la guerra o el hambre. Se formó una comisión de investigación que tomó un compromiso: si la denuncia del ser humano preocupado era cierta, se juzgaría al gobierno de Tlulalcan y se lo expulsaría de la ONU, además de exigir la prisión del Presidente y sus ministros, pero si era falsa, se mantendría el silencio y el misterio que rodeaba a dicho bosque y se buscaría y juzgaría por difamación a la autora de la carta.

     No necesito decirles los resultados de la investigación. Josefa pudo recuperar su verdadero nombre y volver a su país donde fue recibida como una heroína. El diario Luz Candente recibió un premio de periodismo comprometido con la verdad y la justicia, pudo sanear sus deudas y aumentó sus ejemplares vendidos.

     Y Tlulalcan… los ciudadanos despojados de su principal fuente de ingresos debieron buscar otras formas de prosperar. Se destacaron en literatura, dando con el tiempo los mejores autores en toda la historia de la humanidad de novelas de misterio.

     Y colorín y colorado, este cuento no ha terminado, porque aunque nos duela y este cuento no refleje una historia real, los bosques maltratados, explotados y desbastados, lamentablemente sí existen. De nosotros depende exigir su reforestación y medidas internacionales para no quedarnos sin esos maravillosos guardianes que nos dan sombra y purifican nuestro aire.

HONGO.-

– Parque Goren, norte de Israel. © Todos los derechos reservados.-

19 de febrero del 2012