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Todos los días, Tania se levantaba más temprano de lo necesario para poder maquillarse, emperifollarse, recogerse el pelo hacia atrás de una forma elegante y atractiva, se perfumaba y luego de vestirse demasiado elegante como para ir a trabajar a la cocina de una fábrica, salía hacia la parada del autobús que la llevaría al trabajo.
Cuando llegaba a la empresa, aprovechando que siempre arribaban un poco antes de la hora de entrada, se dirigía al baño para retocarse el maquillaje y arreglarse el peinado. Sus compañeras y su jefa estaban asombradas de la obsesión de Tania de arreglarse a cada rato, parecía no estar segura de si misma y sin embargo era muy hermosa.
Un día, sin mayores explicaciones, le pidió a la encargada de servir la leche caliente que le dejara hacerlo a ella en el segundo turno. Hicieron el cambio para sorpresa de todos y empezaron a observarla con detenimiento para descubrir el motivo. No necesitaron más que unos pocos segundos para darse cuenta. Tania servía la leche con más diligencia y esmero a uno de los trabajadores al cual cada tanto miraba, incluso mientras servía a otros y cada vez que lo hacía le brillaban los ojos. El obrero elegido parecía ser el único que no se daba cuenta mientras los demás se codeaban y hacían comentarios incompletos. Tania estaba desesperada, pues él no levantaba la vista de la comida y del café con leche. Cuando se incorporaba, saludaba a sus compañeros de mesa y se retiraba sin darse vuelta hacia ella ni una vez. Más la ignoraba, más se arreglaba Tania.
Cierto día se quedó dormida. Estaba demasiado cansada y no logró levantarse a tiempo para todos los arreglos que solía dedicarse. Se recogió el pelo con rapidez, se vistió velozmente y llegó a la parada al mismo tiempo que el autobús. En el camino se toparon con la ruta cortada por causa de un accidente y eso provocó que el micro llegara con retraso. No tuvo tiempo de maquillarse en el baño ni de arreglarse el pelo. Con valentía y mucha tristeza se puso a trabajar. Todas sus compañeras la miraban con admiración y algo de envidia al ver que sin maquillaje era aún más hermosa. Esta vez no quería servir la leche, pero nadie le hizo caso y debió hacerlo. El elegido, cuando le llegó el turno, levantó la vista y le dio las gracias sonriendo. Tania nunca más volvió a maquillarse.
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2 de marzo del 2011